Aunque para los demás niños del orfanato la de matemáticas era la clase más aburrida, para Alicia era la mayor de sus diversiones, pues sólo durante aquellas horas de estudio podía escuchar las palabras que más le gustaban. Palabras que, en realidad, no tenían el menor sentido para ella, pero su exótica sonoridad era suficiente para que la niña disfrutase de ellas, memorizándolas y saboreándolas como si fueran golosinas.
-Arcoseno, logaritmo, hipotenusa, vectorial... ¡Precioso!-
Las coleccionaba: cuanto más raras sonasen más le gustaban. Jugaba con ellas, estirándolas y trenzándolas como si se tratase de un cordel con el que pudiese trepar a cualquier sitio. De hecho, esa misma mañana, tras comprobar que su campo de tréboles había florecido en una simpática primavera carmesí, decidió escabullirse con sigilo del aula para ir a explorar más allá del edificio, allí donde nunca la dejaban ir sus cuidadores.
Empezó subiendo muy lentamente, acariciando la cuerda más que asiéndola, como si su tacto le provocase algún tipo de inexplicable placer, pero luego, fue la propia soga convertida en un finísimo hilo quién acabó tirando de ella y haciéndola ascender a la velocidad del rayo, traspasando las nubes una tras otra hasta llegar a un lugar de lo más extraño, en cuyo centro, y de donde surgía el hilo, había una fuente en forma de rueca.
-Maravilla.-; acertó a decir, pues era incapaz de encontrar una palabra mejor.
Habría sido una pérdida de tiempo para ella tratar de describir el sitio en el que se encontraba, pero ni siquiera tuvo ocasión de pensar en hacerlo, pues en el mismo instante y surgidos de la nada, unos gigantescos tentáculos de humo la atraparon y la llevaron en volandas hasta un prado en el que se levantaba un montículo... O mejor dicho, una especie de hongo, una seta rarísima que parecía tapizada de la misma tela con la que estaban hechas sus sábanas. Y sobre ella, el origen de aquel humo.
-Uh... ¿Quién eres tú?-
Alicia se volvió. Al principio no consiguió ver más que una espesa neblina, pero a medida que el sahumerio se iba disipando comenzó a distinguirlo con más claridad. Quien le preguntaba era una oruga, pero ni mucho menos una cualquiera. En realidad eran dos orugas unidas por un mismo cuerpo en cuyos extremos había un hermoso y bien formado torso de mujer, que se mesaba los largos cabellos mientras disfrutaba con los ojos cerrados de su simple entretenimiento; y al otro, un hombre de aspecto antiguo, vestido a la moda de años pasados, muy elegante, muy serio y que no paraba de exhalar volutas de humo mientras fumaba de su pipa de agua.
Alicia supo enseguida que había sido él quien le había preguntado.
-Uh... ¿Quién eres tú?-
-Me llamo Alicia, señor...
-Alicia... Alicia...-; repitió, como si rebuscase en algún archivo de su memoria. -Alicia no puedes ser todavía... Aun no... Te queda poco, pero todavía no...-
La chiquilla enarcó las cejas, confusa. El otro extremo de la oruga seguía perdida en sus cabellos, sonriendo.
-Según nuestros cálculosssss...-; pronunció, dejando pasar el aire entre los dientes junto con un aro gris, ajustándose las lentes sobre la nariz -Quizás dentro de dos o tres años... Tal vez antes si eres lista...-
Alicia empezó a molestarse. No le agradaba no entender nada de lo que ocurría en sus fantasías. Al menos, nada de nada.
-¡Siempre he sido Alicia!-; protestó. -¡No hay más Alicia que yo!-
Esta vez fue la oruga-mujer quien abrió los ojos y se puso de pie sobre sus ocho patitas, dejando a un lado el parasol bajo el que se tendía y mirándola fijamente sin dejar de sonreír.
Negó.
Alicia se enfrentó a aquella mirada durante lo que le pareció una eternidad. Cuando sonó la campana que anunciaba el final de la clase estaba exhausta, totalmente agotada, como si hubiese estado corriendo, impulsada por la fuerza de la desesperación, por un pasillo que nunca terminaba. La señora vestida de azul fue hasta ella y le tomó la temperatura. Se asustó. Estaba pálida y la frente le ardía.
-Alicia, ¿te encuentras bien?-
La miró apenas a través de la rendija que dejaban sus párpados medio cerrados, pero fue más que suficiente para comprender que aquella no era, ni mucho menos, la pregunta que había querido hacerle.
-Alicia... Soy yo...-; suspiró, débil, apretando entre sus dedos un pedacito de papel roto y amarillento por el paso del tiempo, con algunas palabras mal garabateadas en él.
"Arcoseno. Logaritmo. Hipotenusa. Vectorial."
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