viernes, 15 de abril de 2011

~ Polvo de Talco ~


Las horas que venían tras las clases, se hacían casi interminables. Era cierto que estudiar y hacer los ejercicios no era divertido para ninguno de los niños -aunque algunos se lo tomaban más enserio que otros- pero siempre era mejor que ver como pasaba el tiempo hasta la hora de la cena.
Cada semana era igual, como si vivieran un bucle que no terminaba jamas. Los niños jugaban en el patio de detrás del orfanato con una vieja pelota de cuero, las niñas por su lado intentaban aprender algo de costura e incluso se pegaban a la vieja directora del orfanato para que les enseñara a hacer dulces. Sin embargo nuestra Alicia no veía nada interesante, ni si quiera la curiosidad llamaba su atención por compartir o por amoldar el pan antes de meterlo en el horno hasta que justo aquel día vio al pequeño Allan.
Este chico llamó la atención de Alicia, no por su apariencia más que llamativa - al ser albino- sino por como dibujaba con un palito en el barro junto a la esquina del colegio pequeños círculos que luego delimitada solo con dos trazos más. Se acercó despacio hasta estar lo suficientemente cerca como para ver como dibujaba una y otra vez lo mismo. No se atrevió a preguntar el porque, ya que el chico parecía bastante tímido y retraído; de hecho no levantaba la cabeza del suelo pendiente únicamente de lo que estaba dibujando. Decidida y con ese desparpajo que siempre la caracterizo, dio una larga zancada colocándose justo en su camino, esperando que al encontrar sus zapatos en su hasta entonces camino libre de obstáculos reparara en ella y así poder preguntarle que era lo que dibujaba en el suelo.
Un círculo, y otro; Uno más grande, otro ovalado y el siguiente muy pequeño, todos decorados tan solo con dos lineas en el centro como único adorno, terminadas en punta de flecha que señalaban el infinito. Se acercaba, más y más y Alicia nerviosa por el gran momento que acontecería al llegar las manos de Allan a sus zapatos se sujetaba su vestido con fuerza reprimiendo las ganas de preguntarle incluso antes de que su palito comenzará a trazar de nuevo esos enigmáticos círculos.

- Solo el círculo esta vez... -dijo muy bajito Allan al ver los zapatos y las piernas de Alicia en su camino.

Comenzó a dibujar a su alrededor el circulo mientras Alicia no podía quitarle ojo, como expectante a que fuera el propio Allan quien le contara el porque de sus dibujos, pero antes si quiera de darle la vuelta completa, la campana de la hora del té retumba en los oídos de Alicia, y casi antes de poder detenerle el pequeño Allan sale corriendo para entrar en el orfanato de nuevo, dejando tan solo bajo los pies de Alicia solo la mitad del circulo, solo igual que la sonrisa que se dibujó en su cara al verle correr con tal destino, sin percatarse de que por primera vez el barro también sonreía con ella.

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